domingo, 14 de junio de 2020

Mi pesar, a pesar de ti.

Ella teclea en el portátil su solicitud de acceso al centro de alto rendimiento con la misma ansiedad que tengo yo porque deje de hacerlo. Lo que para ella significa la puerta de entrada a una nueva vida, para mí es el cierre de una etapa a su lado. Concentrada como está en la pantalla y teclado, disimulo con gracia mi pena invocando a la generosidad del bonus-track que te dan al ser madre, sólo transferible a hijos.
Falso rictus de verdadero amor. 

Y es que cuanto más la miro, más crece el amor y la admiración que siento por ella. Desde su mirada, que no ha variado ni un ápice desde que la recuerdo gateando, hasta sus quejidos por no poder modificar el pdf, son los ingredientes de una niña nominada a mujer bandera. La despido antes de que me diga adiós sólo para ir acostumbrándome a su ausencia. Algo debe llevar esta relación maternal que genera adicción. Razono y convengo que es “ley de vida”, pero si queréis que os diga la verdad, siempre me digo lo mismo: “pues será ley de vida, pero que sea de otra vida, porque me fastidia y entristece igual”.