miércoles, 26 de febrero de 2020

Sigues. Respiras. Vives

Latigazos de vida que dejan cicatrices en la piel madura. 
Los trazos de maquillaje corrigen pero no borran. 
Bajo la densa capa, la maleza.
Dolor silencioso que acompaña el sonido impostado. Nadie es capaz de captar el llanto que no lleva el grito asociado.
Sonríes como acto generoso y estampa que acompaña al regalo empaquetado. No preocupas sobre lo que no ocupa. El arte de surcar los renglones de la realidad es toda una especialidad.
Una cuenta atrás de algo que avanza con necesidad de impulso. Pilar erigido sobre una frágil superficie. Ritual danzarino que esquiva los coágulos que obstruyen y paralizan flujos.


El sueño melancólico inspirado en el sonido que emana de la fricción de las yemas sobre las cuerdas de un arpa. Viajas a cientos de kilómetros donde el día amanece frío y con rocío, la misma que dejó la taberna por el cielo, menos verdejo. Tienes una cita pendiente. Sabes que lo que no se fecha no se celebra.

Sigues. Respiras. Vives.
Agradeces, a pesar de que en el camino las espinas te hacen sangrar. No hay opción para la compasión. No hay derecho a la queja. A lo hecho, pecho.

La secuencia es la conciencia después de la demencia. Caer para después crecer. Buscar tu lugar en el rincón donde todavía llegue luz. No sabes vivir a oscuras. Quieres encontrar aquello que no estás buscando. Y como no rezas, no lo encuentras. 

Lees frases que al no salir de dentro acaban resbalando por fuera. 
Confundes con directos que carecen de alma. Imágenes de estados falsos con las que contar microrelatos aislados. La velocidad de crucero es tal que la mirada no alcanza a leerlos.

Sigues. Respiras. Vives.
Y no hablas de ti, sino contigo. Porque sabes que por muchos discursos que des, no hay audiencia que los escuche. El final es un principio universal, como el de que el agua moja, como el de que todo lo que sube, baja, como el de que todo lo que respira vive.