sábado, 23 de junio de 2012

No es lo que es, sino lo que parece ser.


Hace algunos días escuchaba a mi nuevo conocido Liberto Pereda www.libertopereda.net hablar acerca de lo importante de las percepciones en un mundo donde lo que pasa no es fruto de la consecución de un acontecimiento, sino de la interpretación que de él hacemos cada uno de nosotros.

Coincide esta hipótesis con la esgrimida por muchos profesionales de la comunicación política que sostienen que lo importante de un discurso político no es lo que se dice, sino la percepción que se deriva de lo que se ha dicho.

Ambas afirmaciones, lejos de ser meras aproximaciones psicológicas, me resultan muy significativas a la hora de abordar la mayoría de situaciones cotidianas. 

Imaginemos, por ejemplo, una situación bastante común en la que una persona sostiene una postura contraria a la tuya y hasta te culpabiliza por el hecho en si, mientras que tú intentas convencerle de que los hechos son diferentes y la realidad totalmente contraria. En resumen, la típica discusión en la que el “sujeto A” se desgañita recordándote los hechos acontecidos una y otra vez, y donde el “sujeto B” se defiende, normalmente con la negación de los mismos para su desesperación.

Resultado: horas y horas perdidas con frases y palabras hasta posiblemente malsonantes, desgaste emocional, falta de credibilidad, inutilidad, frustración,… Y lo peor de todo, no se avanza en ninguna dirección y siguen estando ambos en la casilla de salida.

Sin embargo, ocupémonos de esa misma situación pero habiendo interiorizado, por parte del "sujeto B", cualquiera de las teorías de las percepciones antes mencionadas.

En este caso, nuestro “sujeto B” sabe que lo importante de la situación no es el hecho de discusión sino la percepción que del mismo tiene el “sujeto A”. Dicho de otro modo, la forma en la que lo ha interpretado y asumido.

Y no es baladí en tanto que percibir es algo complejo, relacionado con una operación cognitiva que realizamos en nuestro cerebro en la que seleccionamos y organizamos la información recibida a través de nuestros 5 sentidos. Además, “este proceso de selección de una persona comprende tanto factores internos como externos, filtrando las percepciones sensoriales y determinando cuál recibirá la mayor atención. La forma en que las personas interpretan lo que perciben varía en forma notable. La interpretación de una persona de los estímulos sensoriales que recibe, conducirá una respuesta, sea manifiesta (acciones) o encubierta (motivación, actitudes y sentimientos) o ambas. Cada quien selecciona y organiza los estímulos sensoriales de manera diferente y, por lo tanto, llega a interpretaciones y respuestas diversas. La diferencia de percepción ayuda a explicar por qué las personas se comportan en forma distinta en la misma situación. Con frecuencia se perciben las mismas cosas de manera divergente y las respuestas de comportamiento dependen, en parte, de ésas”.

Asumido esto, pienso en la estrategia de gestión por parte del “sujeto B”. No se trataría, por tanto, de ahondar y recrear el hecho de discusión en sí, sino que sus esfuerzos deberían centrarse en:

1.- Identificar la percepción que el “sujeto A” tiene.
2.- Modificar esa percepción mediante la interpelación de alguno de sus 5 sentidos.
3.- Armarse de paciencia. Pues si modificar un hábito ya es árduo y tedioso… no puedo imaginar lo que debe costar modificar una percepción.

Bromas aparte, el desenlace, estoy convencida, será muy distinto manejando bien esta información. Al menos, este enfoque más “profesional” de la cuestión puede aumentar nuestra percepción de nosotros mismos, haciéndonos más creíbles antes nuestros propios ojos.

¿Cómo lo ves? ;-))