Hay un dolor tan interno que hace que tu corazón se reduzca al tamaño de una lenteja. Es como si te faltara el aire al respirar. Tienes que hacer tanta fuerza en el estómago para recuperar el aliento que sientes cómo tus músculos se contraen hasta llegar a tocar con tu espalda.
Hay un dolor tan devastador que arrasa con todos los
pensamientos alentadores, con toda planificación de superarlo, con toda intencionalidad de esquivarlo. Es tan provocador y despiadado
que consigue apoderarse de tú razón, de tus argumentos para dejarte desarmada y
destruida.
Hay un dolor tan sintomático que no conoce de antídotos ni
remedios. Es como un virus mutante que ha aprendido a
superar todos los tratamientos utilizados y logra
campar a sus anchas por el cuerpo invadido.
Hay un dolor que puede cortar el aire en dos mitades y hacer que
esa separación se convierta en un agravante más de tu insuficiencia respiratoria.
Hay un dolor que tiene nombre y apellidos y la desfachatez de
poderse traducir a todos los idiomas y tener tantas acepciones como personas
que lo sienten para poder universalizarse.
Ese dolor, que conozco y he sufrido desde varios ángulos, te anula e
inmoviliza durante las primeras horas cual veneno no letal que te administra tu
peor enemigo.
Ese dolor, sin embargo, remite si logras controlarlo. Pierde su fuerza 10 conforme la lucha interna se abre paso en tus entrañas. Se alza un pequeño ejército de supervivientes en tu interior que con ahínco y esfuerzo van rompiendo las lianas que se han ido formando a tu alrededor.
No es fácil, ni rápido, pero con el tiempo has alimentado ese grupo de liberadores con autoestima y esperanza, lo que les aporta valor y fuerza en la lucha.
Después viene la calma que sientes tras el
desgaste. Empiezas a mover tus músculos según tu propia voluntad y no la de su
destructor. El ritmo cardíaco se acompasa y empiezas a aliviarte. Vas
recuperando el control de tu cuerpo y alma.
Sabes que es un pequeño triunfo pero que el dolor resurgirá por mucho
que lo hayas vencido en este asalto.
Sabes que mientras seas más madre que mujer, más madre que amiga, Madre,
más que nada, no dejarás de entablar estas batallas con tan imponente
adversario.
Es curioso cómo mientras dejas de moverte
puedes asistir a ese espectáculo desde fuera e identificar todos y cada uno de
los efectos descritos.
El dolor de la añoranza, la nostalgia, la
preocupación, te destruye en su primer ataque pero te hace más fuerte si logras
alcanzar la victoria. No desesperes ni tampoco niegues. Volverá. Pero puedes
volver también a rehacerte.
4 comentarios:
Persones amb la teva força interior i les teves ganes de viure, poden amb aquest dolor i amb més...
La teva energia s'enganxa, així que sé que pots amb tot, i si no, ho intentes.
Un petó,
Patri
Gràcies amiga! Tots podem fer allò que ens proposem...no ho hem d'oblidar! tots!!!!!
Isa, que be ho expliques. Petons wapa ens veiem aviat
Gràcies Lourdes... Suposo que tot el que surt de dins s'explica amb el cor...
Publicar un comentario